Introducción
Podríamos pensar en un bosque natural de coníferas con miles de otras especies vegetales y animales que interaccionan entre sí con millones de microorganismos en una simbiosis maravillosa. E imaginar también anodinas plantaciones artificiales de árboles de una sola especie alineados en apretadas hileras en los no hay rastro del encanto del sistema natural, tan solo la fría uniformidad de su geometría. Los hogares de antaño, en los que convivían dos o tres generaciones en los que los extremos de la vida eran objeto de veneración, se asemejan a los primeros, mientras que las residencias de ancianos que en la actualidad pueblan nuestra geografía se parecen más a los segundos.
Pero quizás nuestro hogar no se ajuste a esos dos patrones y se asemeje más a un bosque milenario con su rica biodiversidad. Y es que, conforme pasan los años, se hacen más notorias las diferencias, especialmente en lo que se refiere a la salud y al carácter. A edades avanzadas ambos aspectos adquieren relieves y colores propios. Su correcta asimilación y afrontamiento positivo exigen una formación específica.
Numerosos factores, estrechamente relacionados entre sí, inciden directamente en la calidad de las relaciones de convivencia durante la tercera y cuarta edad. Veamos algunos de ellos:
A) Pérdida de facultades físico-sensoriales, como la sordera, el insomnio, problemas de movilidad, etc.;
B) Mermas de tipo cognitivo-intelectual (desmemoria, etc.);
C) Cambios a nivel relacional y laboral: situaciones de soledad y aislamiento social que derivan en devaluación del propósito motivacional y de una ocupación con sentido;
D) Cambios a nivel caracterológico;
A lo largo de las próximas páginas desgranaremos estas cuestiones desde una perspectiva práctica y positiva, sin eludir aquellos los aspectos técnicos que consideramos relevantes para entender su razón y las posibles soluciones. Examinaremos esta realidad desde una óptica convergente, similar al sistema de visión de muchos insectos, cuyos ojos están formados por múltiples ocelos u omatidios en forma de cono (llegando a los 30.000 para algunas especies de libélulas) que captan un mosaico de pequeñas imágenes individuales y las envían a su pequeño cerebro donde son procesadas e integradas de forma que puedan dar respuesta adecuada a las demandas de su instinto.
Invito ahora al lector a ponerse en la óptica de la persona que inaugura la tercera edad, es decir alrededor de los 65-70 años. Es probable que la pérdida de facultades (oído, vista, memoria, capacidad de evocación, la torpeza física e intelectual...) no nos impidan seguir con nuestras rutinas, pero probablemente apreciamos que debemos aplicar un mayor esfuerzo para conseguir los mismos resultados, nos cuesta asimilar la novedad con rapidez para poder adaptarnos a los cambios del entorno; quizás hemos dejado de ser competitivos en áreas en las que quizás habíamos destacado. La experiencia de fragilidad -propia y ajena- agitan el temor a perder la preciada autonomía que con tanto esfuerzo hemos defendido y los repetidos fracasos alientan la inseguridad. Otros factores, como las conversaciones continuas sobre el pasado, la sensación de soledad (por fallecimiento de colegas, amigos o familiares, y pérdida de su rol social), la facilidad para convertir en problemáticas las situaciones que habitualmente se resuelven con sencillez (viajes, gestiones, compras) y la no aceptación fácil de la dependencia inciden en el estado anímico y ponen a prueba la solidez de las relaciones.
Sin embargo, los elementos citados, con ser importantes, no son determinantes a efectos de sostener la armonía familiar. Lo que más la perturba son los defectos de carácter y un enjambre de caprichos y manías que, en ocasiones, acompañan a la tercera edad. Algunas más representativas son el sibaritismo, por el que nos tornamos selectivos, caprichosos en la comida y la bebida (gourmet); el marquismo: por el que cobramos especial aprecio a la exclusividad y al «el lujo accesible»; el apego a rutinas por la que nos juzgamos «intocables» en determinadas áreas y nos reservarse espacios de confort «exclusivos»; la indolencia: actitud de distraída superficialidad que nos hace insensibles a las necesidades de los demás; Y, finalmente, los espectadores críticos: una modalidad de absentismo que consiste en hacer responsables a los otros de lo que va mal y evitar asumir compromisos que pongan en riesgo la propia tranquilidad.
El hecho es que, junto a personas apacibles y cordiales que proporcionan paz y sosiego, las hay que irradian tensión y crispan el ambiente1. La causa más común es el abandono continuado del trabajo de roturación del propio carácter que, abandonado a su suerte, se asilvestra. Como veremos más adelante, salvar estos escollos requiere una actitud permanente de autovigilancia y receptividad a la ayuda que nos puedan ofrecer otras personas.
Existe también otra raíz que da razón a muchos desencuentros, que es la dificultad que tenemos para ponernos en el lugar del otro. Y es que, solo con la debida aproximación a lo que la otra persona siente, sufre o experimenta, podemos entender su marco de referencia y hacernos una idea de las necesidades ocultas que explican su conducta. Desde esta perspectiva resulta más fácil coger aprecio a los que menos congeniamos.
La empatía2 y la mirada benevolente son dos requisitos interdependientes que facilitan la conexión y el mutuo entendimiento3. Las personas que los lideran se distinguen por ser positivas y cordiales; son lo suficientemente inteligentes como para ser modestos; están abiertos a la crítica e incorporan sin prejuicios puntos de vista distintos a los suyos; transmiten comprensión porque saben mirar a los ojos y escuchar con atención plena tanto a las palabras como a los signos no verbales; debaten de manera serena y respetuosa, distinguen lo esencial de lo accesorio; tienen la perspicacia de descubrir puntos de encuentro comunes para establecer acuerdos y el talento de ser asertivos; como inspiran confianza, allí donde están, pacifican.
Virtudes a cultivar por parte del dador de cuidados:
⮚ Tratar de unir competencia4 y corazón: amabilidad y reconocimiento: no imponer, ser flexibles, respetar su libertad y defender su dignidad5;
⮚ Paciencia para acompañar y escuchar; transmitir paz y comprensión;
⮚ Tener la generosidad de regalar tiempo: “Estar presente” es un regalo para las otras personas6;
⮚ Fomentar la risa, el contento, la celebración, el juego, el canto y el buen humor;
Virtudes a cultivar por parte del receptor de cuidados (cuando nos cuidan):
⮚ Amabilidad: agradecer los servicios que nos hacen y colaborar con la ayuda que nos prestan, aunque algunos no acierten en el modo de hacerlo; pedir las cosas por favor; mostrar una cara sonriente;
⮚ Optimismo: evitar que la queja y el lamento se adueñen de nuestra mente y por tanto de nuestro discurso;
⮚ Cooperar y facilitar: obedecer a las indicaciones que recibimos por parte de los que tienen autoridad para hacerlo;
⮚ Fortaleza: “haz por ti mismo lo que puedas y pide ayuda para lo que no puedas”; no demandar más auxilio del necesario; procurar preservar las competencias que proporcionan autonomía, especialmente en tareas de autocuidado y tecnología;
⮚ Sinceridad: ser transparentes en la información que proporcionamos;
⮚ Olvido de sí: procurar desviar la atención hacia los intereses de los otros: evitar que las conversaciones giren en torno a “tus males”;
⮚ Fraternidad: hacer compañía a otros enfermos o ancianos cercanos;
⮚ Templanza: comer lo que nos ponen sin importunar con caprichos;
⮚ Pulcritud: el aseo personal7 y vestir con buen gusto hacen grata la compañía;
El conjunto de aspectos tratados forma parte de un oficio que abarca todo el arco biográfico de la persona y requiere una actitud de constante aprendizaje8.
Lluís Segarra Molins, 21 de diciembre2022
1 La personalidad tóxica se caracterizan por transmitir negatividad y malestar emocional; se quejan de la mayoría de las cosas; son susceptibles, juzgan y critican; hablan de lo mal que lo pasan; son “saboteadores” del diálogo; discuten por nimiedades. Suelen ser irascibles y susceptibles. Evaden su responsabilidad en los conflictos que provocan; no hacen autocrítica, se sienten víctimas de un “mundo hostil” imaginario. Estos indicadores suelen cumplirse en la mayoría de los casos, pero en diferente grado.
2 La empatía es la capacidad para participar en los sentimientos de otra persona y asimilarse a su estado anímico; de ella nace de la identificación con otro y la comprensión íntima de su situación existencia.
3 Solo desde la comprensión del sentimiento subjetivo del que sufre (mayor o enfermo), es posible aceptar y querer a la persona en su singularidad y cuidarla como merece. Para ello necesitamos desprendernos de patrones preconcebidos con los que tendemos a encasillar a las personas. La experiencia acumulada nos hace propensos a aplicar moldes y esquemas con los que prejuzgamos a personas y acontecimientos sin tomarnos la molestia del trabajo cognitivo previo, para analizar la realidad y que siempre es portadora de novedad. Para no anular la capacidad de asombro y alimentar la curiosidad intelectual es preciso conservar la mente abierta, flexible, permeable.
4 La competencia del que cuida pasa por “aportar una actitud abierta y sin prejuicios, sin tendencias a estereotipar o a patologizar, y valora a la persona enferma en su singularidad”. (Tom Kitwood “Por los derechos de la persona” p.187.)
5 cfr. Circular septiembre 2022: “Psicología social humanizadora”.
6 El hecho de tener la capacidad de “estar presente” es un prerequisito absoluto de la buena asistencia, porque la presencia es la cualidad que hay por debajo de todas las relaciones humanas auténticas, y de todos los encuentros de tipo tu-yo (Extracto del libro de Tom Kitwood. “Por los derechos de la persona” p.187.)
7 Detalles como ir bien peinados, los hombres ir bien afeitados, con las uñas arregladas, con el calzado apropiado en buenas condiciones y el atuendo interior y exterior impecables... nos hacen atractivos a los demás.
8 La ascesis cristiana es un medio eficaz que contribuye a mejorar los rasgos del carácter y al equilibrio psicológico, también porque el orgullo y la inclinación egótica están en el origen de la mayoría de desórdenes. Por eso importa acoger orientaciones que ayudan a poner en línea la lucha interior con el propósito existencial de nuestra vida y la realidad asistencial de nuestro propio hogar.