Serenidad
¿Qué es la serenidad?
Según el diccionario: la persona serena es apacible, sosegada, sin turbación física o moral.
La serenidad es definida también como una experiencia emocional que contribuye a la aceptación de una situación, y se concibe como un estado de equilibrio físico, mental, emocional y espiritual que se presenta cuando una condición indeseable y desfavorable en la vida puede ser gestionada o aceptada.
Francisco de Asís dirigía a Dios esta oración: "Dios mío, concédeme la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, el valor para cambiar las cosas que puedo cambiar y la sabiduría para conocer la diferencia".
Juan XXIII escribió siendo muy joven su Decálogo de la serenidad. Se trata de un texto en el que propone un código de conducta diario que se convierte en un propósito para toda la vida: vivir al día y sin anticipar las preocupaciones, comportarse con cortesía y educación, practicar la buena lectura para alimentar el espíritu, saber adaptarse a las circunstancias, ejercitar la generosidad y la humildad, y confiar en la Providencia.
La Serenidad es pensar:
1. Que no pasa nada que no tenga solución.
Para cada conclusión o teoría que saquemos deberíamos aceptar una posibilidad de estar equivocados, o de no tener todos los datos.
2. Que determinados problemas necesitan tiempo para encontrar la solución adecuada.
La mayoría de cosas que ocurren no podemos evitarlas ni cambiarlas. Lo mejor es pensar solo en aquello que si podemos cambiar.
No podemos pensar que el objetivo es hacer muchas cosas y por tanto con prisa. La prisa no es buena.
3. Que algunas contrariedades no tienen importancia.
Muchos enfados vienen de pequeñeces que deberíamos asumir con paz. Cuando perdemos la paz, o nos asalta la queja, hay que pensar que nos falta humildad. No somos conscientes que a nuestros fallos no los vemos con la misma vara de medir.
Si uno se queja a menudo y piensa que se queja poco, igual tiene poco conocimiento propio. Es importante para el conocimiento propio, preguntarse como actúan los demás en las mismas circunstancias.
Por soberbia pensamos que no merecemos determinadas contrariedades.
Si las noticias nos ponen nerviosos, es mejor no escucharlas.
Consejos de la psicología:
1. Dormir y descansar, comer de forma saludable, hacer ejercicio.
2. Practicar la meditación y las técnicas de relajación muscular.
3. Desatender lo que no depende de ti.
4. Mantener lo controlable bajo control. Todo aquello que tú puedes hacer, tienes que hacerlo.
5. No a la multitarea.
6. Orden basado en rutinas que nos den seguridad.
7. No desear controlar la incertidumbre.
8. Placer anticipatorio. Se trata de visualizar e intentar anticipar todo aquello que puede salir bien.
9. Vivir el momento presente. Si vivimos el presente, nos permite estar en lo que tenemos que estar. Lo único que tú puedes solucionar ahora es lo que está ocurriendo en este momento.
Un pequeño resumen:
1. Visión sobrenatural.
2. Hacer la vida agradable a los demás.
3. No dar importancia a los detalles molestos de los que tenemos alrededor.
4. Ser amables. Respetar los buenos modales.
5. No quejarnos.
6. No ir con prisa.
7. Escuchar como si tuviéramos todo el día.
8. Saber ir del brazo de los que no piensan como tú.
La serenidad en los escritos de San Josemaría Escrivá
En el libro Camino
8. Serenidad. —¿Por qué has de enfadarte si enfadándote ofendes a Dios, molestas al prójimo, pasas tú mismo un mal rato… y te has de desenfadar al fin?
9. Eso mismo que has dicho dilo en otro tono, sin ira, y ganará fuerza tu raciocinio, y, sobre todo, no ofenderás a Dios.
10. No reprendas cuando sientes la indignación por la falta cometida. —Espera al día siguiente, o más tiempo aún. —Y después, tranquilo y purificada la intención, no dejes de reprender. —Vas a conseguir más con una palabra afectuosa que con tres horas de pelea. —Modera tu genio.
25. No discutáis. —De la discusión no suele salir la luz, porque la apaga el apasionamiento.
374. ¿Por qué esa precipitación? —No me digas que es actividad: es atolondramiento.
465. Esas desazones que sientes por tus hermanos me parecen bien: son prueba de vuestra mutua caridad. —Procura, sin embargo, que tus desazones no degeneren en inquietud.
702. Estás intranquilo. —Mira: pase lo que pase en tu vida interior o en el mundo que te rodea nunca olvides que la importancia de los sucesos o de las personas es muy relativa. —Calma: deja que corra el tiempo; y, después, viendo de lejos y sin pasión los acontecimientos y las gentes adquirirás la perspectiva, pondrás cada cosa en su lugar y con su verdadero tamaño.
Si obras de este modo serás más justo y te ahorrarás muchas preocupaciones.
760. Un razonamiento que lleva a la paz y que el Espíritu Santo da hecho a los que quieren la Voluntad de Dios: "Dominus regit me, et nihil mihi deerit" —el Señor me gobierna, nada me faltará.
¿Qué puede inquietar a un alma que repita de verdad esas palabras?
En el libro Surco
791. No se trata de realizar tus obligaciones apresuradamente, sino de llevarlas a término sin pausa, al paso de Dios.
853. Un remedio contra esas inquietudes tuyas: tener paciencia, rectitud de intención, y mirar las cosas con perspectiva sobrenatural.
855. Aunque todo se hunda y se acabe, aunque los acontecimientos sucedan al revés de lo previsto, con tremenda adversidad, nada se gana turbándose. Además, recuerda la oración confiada del profeta: “el Señor es nuestro Juez, el Señor es nuestro Legislador, el Señor es nuestro Rey; Él es quien nos ha de salvar”.
—Rézala devotamente, a diario, para acomodar tu conducta a los designios de la Providencia, que nos gobierna para nuestro bien.
856. Si —por tener fija la mirada en Dios— sabes mantenerte sereno ante las preocupaciones, si aprendes a olvidar las pequeñeces, los rencores y las envidias, te ahorrarás la pérdida de muchas energías, que te hacen falta para trabajar con eficacia, en servicio de los hombres.
860. Cuando te abandones de verdad en el Señor, aprenderás a contentarte con lo que venga, y a no perder la serenidad, si las tareas —a pesar de haber puesto todo tu empeño y los medios oportunos— no salen a tu gusto… Porque habrán “salido” como le conviene a Dios que salgan.
873. Paradoja: desde que me decidí a seguir el consejo del Salmo: “arroja sobre el Señor tus preocupaciones, y Él te sostendrá”, cada día tengo menos preocupaciones en la cabeza… Y a la vez, con el trabajo oportuno, se resuelve todo, ¡con más claridad!
878. Todo se arregla, menos la muerte… Y la muerte lo arregla todo.
En el libro Forja
467. No confundas la serenidad con la pereza, con el abandono, con el retraso en las decisiones o en el estudio de los asuntos.
La serenidad se complementa siempre con la diligencia, virtud necesaria para considerar y resolver, sin demora, las cuestiones pendientes.
En el libro En diálogo con el Señor
5. Hijo, no pienses nunca en ti. Huye de la soberbia de imaginar que eres eso que en mi tierra llaman el palico de la gaita. Cuando no te acuerdes de ti, entonces haces buena labor. No podemos creernos el centro, de modo que pensemos que todo debe girar alrededor de nosotros. Y lo peor es que, si caes en este defecto, cuando te digan que eres soberbio, no te lo creerás; porque mientras el humilde se cree soberbio, el soberbio se cree humilde.
31. Pensadlo bien, hijos míos; pensad en las circunstancias que a cada uno os rodean: y sabed que nos sirven más las cosas que aparentemente no van y nos contrarían y nos cuestan, que aquellas otras que al parecer van sin esfuerzo. Si no tenemos clara esta doctrina, estalla el desconcierto, el desconsuelo. En cambio, si tenemos bien cogida toda esta sabiduría espiritual, aceptando la voluntad de Dios –aunque cueste–, en esas circunstancias precisas, amando a Cristo Jesús y sabiéndonos corredentores con Él, no nos faltará la claridad, la fortaleza para cumplir con nuestro deber: la serenidad.
En el libro Conversaciones
Cada uno de nosotros tiene su carácter, sus gustos personales, su genio —su mal genio, a veces— y sus defectos. Cada uno tiene también cosas agradables en su personalidad, y por eso y por muchas más razones, se le puede querer. La convivencia es posible cuanto todos tratan de corregir las propias deficiencias y procuran pasar por encima de las faltas de los demás: es decir, cuando hay amor, que anula y supera todo lo que falsamente podría ser motivo de separación o de divergencia. En cambio, si se dramatizan los pequeños contrastes y mutuamente comienzan a echarse en cara los defectos y las equivocaciones, entonces se acaba la paz y se corre el riesgo de matar el cariño.
Hay que procurar vivir todas las virtudes humanas y cristianas de la convivencia: la comprensión, el buen humor, la paciencia, el perdón, la delicadeza en el trato mutuo. Lo importante es que no se abandonen, que no dejen que les domine el nerviosismo, el orgullo o las manías personales.
Si alguno dice que no puede aguantar esto o aquello, que le resulta imposible callar, está exagerando para justificarse. Hay que pedir a Dios la fuerza para saber dominar el propio capricho; la gracia, para saber tener el dominio de sí mismo. Porque los peligros de un enfado están ahí: en que se pierda el control y las palabras se puedan llenar de amargura, y lleguen a ofender y, aunque tal vez no se deseaba, a herir y a hacer daño.
Otra cosa muy importante: debemos acostumbrarnos a pensar que nunca tenemos toda la razón. Incluso se puede decir que, en asuntos de ordinario tan opinables, mientras más seguro se está de tener toda la razón, tanto más indudable es que no la tenemos. Discurriendo de este modo, resulta luego más sencillo rectificar y, si hace falta, pedir perdón, que es la mejor manera de acabar con un enfado: así se llega a la paz y al cariño. No os animo a pelear: pero es razonable que peleemos alguna vez con los que más queremos, que son los que habitualmente viven con nosotros. No vamos a reñir con el preste Juan de las Indias.
En el libro 'Cartas I' de Josemaría Escrivá de Balaguer, 'Carta n.º 2
15. El obstáculo de los problemas personales. Casi todos los que tienen problemas personales, los tienen por el egoísmo de pensar en sí mismos. Es necesario darse a los demás, servir a los demás por amor de Dios: ése es el camino para que desaparezcan nuestras penas. La mayor parte de las contradicciones tiene su origen en que nos olvidamos del servicio que debemos a los demás hombres y nos ocupamos demasiado de nuestro yo. Entregarse al servicio de las almas, olvidándose de sí mismo, es de tal eficacia, que Dios lo premia con una humildad llena de alegría.