El lenguaje teje y desteje las relaciones. Hay palabras que hieren y palabras que curan, modos de hablar que unen y modos de hablar que separan. Entre estos últimos están las expresiones categóricas, las afirmaciones rotundas, las frases que no dejan escapatoria. Son formas de comunicación que obligan a tomar posición inmediata, generan confrontación y, a la larga, rechazo. Frente a ellas, existen modos de hablar que acogen y pacifican.
El verdadero diálogo no avanza a base de afirmaciones categóricas, sino mediante preguntas que restituyen al otro la palabra. Cuestionar supone, de algún modo, entregar el mando al otro, es decirle: "Te escucho, lo que piensas me importa." En palabras de Martin Buber, «el verdadero diálogo es aquel en el que el otro no es un objeto, sino un tú»(1) , y ese reconocimiento empieza cuando dejamos de imponer y comenzamos a preguntar.
La pregunta es el instrumento más humilde y, a la vez, el más poderoso del lenguaje humano. Al preguntar no nos apoderamos de la verdad: sugerimos caminos para encontrarla. El que pregunta reconoce que no lo sabe todo, y por eso el otro se siente respetado, reconocido, dignificado. La pregunta alimenta la relación porque refuerza el vínculo a través de la escucha. Como subraya Søren Kierkegaard: «El arte de ayudar a otro no consiste en querer enseñar, sino en saber escucharle bien para que él mismo encuentre su camino»(2) .
Carl Rogers, referente en comunicación empática, lo expresó con claridad: «La escucha auténtica transforma las relaciones, porque convierte la conversación en un lugar seguro». Las relaciones saludables no se sostienen sobre silencios tensos ni sobre imposiciones agresivas, sino sobre palabras francas dichas con amable serenidad. El mismo autor afirma que «cuando una persona se siente escuchada de verdad, el aire se carga de confianza»(3) . Escuchar no es sólo callar, sino hacer preguntas oportunas que permitan al otro desarrollar sus ideas.
Preguntar no es signo de debilidad; al contrario, es el ejercicio más profundo de respeto y de inteligencia. Como decía Socrates, el padre del método mayéutico, «sólo sé que no sé nada», y en esa aparente renuncia está la verdadera fuerza: provocar en el otro el alumbramiento de la verdad. La pregunta bien hecha invita a razonar, a ir más allá de lo superficial. El que pregunta evita los argumentos de autoridad, no dogmatiza. Cada pregunta es un puente tendido hacia el otro. En el sustrato de todo entendimiento está la modestia de sabernos falibles y un sano desasimiento sobre la seriedad de nuestras ideas.
La pregunta sana requiere, como presupuesto básico, el deseo de aprender y la actitud benevolente, incompatible con la pregunta envenenada que acusa, prejuzga y siembra la semilla de la sospecha. Por contra, la asertividad es el estilo comunicativo que permite expresar lo que uno piensa y siente con claridad y respeto hacia el otro. Lo que significa dejar espacio al interlocutor, evitar los reproches encubiertos, las preguntas capciosas, el exceso de redundancia en los propios argumentos, la inclinación de aquellos que se sienten “obligados” a interrumpir el discurso para puntualizar y precisar.
La conversación asertiva «busca primero comprender, luego ser comprendido». No es asertivo quien se siente herido porque se le cuestiona, sino quien, después de dejar hablar a su interlocutor, sabe formular la pregunta adecuada en el momento oportuno. Ser asertivo no significa, por tanto, renunciar a las propias ideas, sino saber expresarlas sin imponerlas, escuchando activamente y buscando puntos de encuentro. Preguntar asertivamente es construir puentes. No son interrogatorios, sino invitaciones. El lenguaje asertivo compagina firmeza y libertad, reflexiona abiertamente de todo y con todos sin sucumbir al eclecticismo.
En resumen:
La persona asertiva atrae porque te escucha sin juzgar, porque no trata de moldearte a su imagen, porque a su sombra puedes florecer, porque su conversación hace grata su compañía.
La comunicación asertiva preserva la salud de las relaciones humanas: necesitamos practicar esta gimnasia, antídoto de la rigidez que caracteriza el discurso de las personas decadentes.
La conversación sincera, que respeta delicadamente la libertad del otro, es el modo más excelente de acceder a la verdad íntima, al venero de la amistad.
Lluís Segarra Molins, 21 de junio de 2025
(1) Buber, M. (1937). I and Thou (R.G. Smith, Trans.). Edinburgh: T&T Clark. (Obra original publicada en 1923). La idea mencionada no es una cita textual exacta, su contenido está inspirada en este libro.
(2) Kierkegaard, S. (1849). La enfermedad mortal. (Editorial Trotta, varias ediciones en español). Esta cita es también una paráfrasis que resume el pensamiento pedagógico y existencial de Kierkegaard, particularmente expuesto en su obra sobre el acompañamiento personal, pero no aparece como cita literal.
(3) Estas frases, no son textuales y pertenecen al pensamiento de Rogers sobre la escucha empática. Rogers, C. (1961). On Becoming a Person: A Therapist's View of Psychotherapy. Boston: Houghton Mifflin. (En español: El proceso de convertirse en persona, Editorial Paidós).