En este artículo nos ocuparemos de dos actitudes de fondo que hacen posible el cuidado propio y de los demás: la atención y el aprendizaje.
A nadie se le oculta la dificultad actual -entre jóvenes y menos jóvenes- de estar atentos. La fuerza de la atención surge de manera instintiva y espontánea en la primera infancia, pero retrocede con rapidez conforme dejamos de cultivarla. Una explicación de esta regresión la encontramos en el apresuramiento enfermizo que domina nuestros días, impuesto -en parte- por la dictadura del rendimiento y el desasosiego que nos genera del cúmulo de necesidades que nos creamos.
Por otra parte, somos conscientes de que nuestros límites y la paulatina disminución de capacidades. Adquirir una conciencia ajustada a la realidad sobre nuestros límites y competencias forma parte sustancial de la sabiduría de la madurez. La alcanzan los que no se cansan de avivar en su interior la llama de un constante aprendizaje. Hablamos de una sabiduría reservada a las personas modestas que, apartando el yo de su centro, saben que siempre cabe aprender de todo y de todos, que aprecian las opiniones distintas y buscan contrastar las suyas, que buscan el consejo de personas prudentes y que se dejan ayudar con honestidad y transparencia.
I. La fuerza de la atención
Prestar atención es un tipo de concentración y de esfuerzo para dirigirse hacia algo o alguien sin dispersarse ni distraerse. Dirigirse y, una vez estamos cerca, detenerse para mirar su rostro y escuchar con sosiego. Pero, como concentrarse cuesta, puede prevalecer la tendencia a dejarnos absorber por las prisas, la multitarea o el picoteo informativo.
Como que estar receptivos requiere constancia, aplicación paciente y esfuerzo sostenido en el tiempo, necesitamos una motivación poderosa, capaz en primer lugar, de apartar de la mente los sesgos que nos hacen prejuzgar negativamente al que escuchamos y, sobre todo, capaz de ir más allá de uno mismo. Tal motivación pertenece al orden trascendente que lejos de los agotadores planeamientos de corte voluntarista, ancla su esperanza en la fuerza del amor.
El filósofo Josep Maria Esquirol en su ensayo titulado La escuela del alma, arroja, con su lucidez acostumbrada, esta definición: “La atención es el esfuerzo para ensanchar un milímetro más la apertura abierta al mundo que se nos muestra y mantenerse en ella”. -Y añade-: “Este esfuerzo es tan decisivo que se convierte en la primerísima práctica espiritual (...). La atención es como la ventana del alma. El mundo está ya abierto. Pero es necesario asomarse y mirar bien”.
Mirar y escuchar bien son las dos formas básicas de atención que nos aproximan a los otros. En el polo opuesto de la atención encontramos la frialdad y la indiferencia, féretros del corazón egoísta.
Que el aproximarse deba ser cuidadoso, no significa solo evitar el atropello arrollador, pero tampoco quedarse al margen, a una “respetuosa o prudente distancia” a modo de cortafuegos para salvaguardar la propia tranquilidad.
Hay cuatro derivas en la sociedad actual que devalúan la atención que se retroalimentan entre sí:
- Permanecer ensimismados, absortos en el propio mundo
- La falta de una ocupación significativa, en la que empleemos nuestro talento, nos sintamos responsables e ilusione.
- Abandonarse a la indolencia que nos hace fríos e indiferentes - La falta de contención y la adicción al consumo de las pantallas(1)
La falta de atención conlleva una ceguera espiritual que endurece e insensibiliza a las personas, haciéndolas indiscretas, intrusivas, desasertivas(2). Tales personas terminan por volverse extraños para sí y para los suyos, y pasan sus últimos días en una soledad amarga, inconsolable, porque nadie las quiere a su lado.
II. Un modo de ser atento
“Es increíble cómo podemos encerrarnos en nuestro propio mundo interior y hasta qué punto -si no estamos preparados- eso disminuye nuestra capacidad de abrirnos a encuentros decisivos que representan un regalo de Dios. Nos fijamos en lo inmediato, en nuestros planes y en las personas que conocemos y volveremos a ver mañana. Por eso cometemos el error de no prestar a quienes no conocemos la atención suficiente para ser capaces de percibir toda su importancia”. (Dietrich von Hildebrand. Mi lucha contra Hitler).
El entrenamiento de la atención consiste en ir afianzando una manera de ser atenta. No es casualidad que la atención tenga una dimensión moral que va más allá de la volatilidad del sentimiento. Quien se entrena en la atención se va convirtiendo en una persona no solo respetuosa, sino con corazón. Un corazón abierto a la comprensión, un corazón que acoge y acompaña; cuidadoso con las cosas del mundo y cuidadoso con los que le rodean.
La actitud de aprendizaje, el escuchar atento y la mirada benevolente abren al diálogo, a la comprensión, a la empatía -ser capaces de ponerse en el lugar del otro-, virtudes que nos habilitan para ser competentes en las tareas del cuidado.
III. Efectos de la atención y la actitud de aprendizaje desde la perspectiva del enfermo
La persona enferma que se esfuerza por entrenar su capacidad de aprendizaje es capaz de comprender mejor las recomendaciones médicas, puede entender la razón de bien de los tratamientos y adopta con más facilidad los cambios que se le proponen. Este “empoderamiento” mejora su capacidad para tomar decisiones informadas sobre la propia salud y optimiza los recursos para auto-ocuparse, lo que reduce sensiblemente la demanda de cuidados y le permite seguir dirigiendo sus energías hacia el servicio de los demás.
La actitud colaborativa del enfermo resulta esencial para hacer grato y efectivo el trabajo del cuidador. Esto significa esforzarse por realizar las tareas de autocuidado para las que sea competente, como pueden ser, por ejemplo, su aseo personal, organizar su propia medicación, el uso de tecnología para mantenerse en contacto con sus amistades, realizar ejercicios recomendados... Y, cuando ya no pueda llevarlas a cabo por sí solo, esforzarse por colaborar activamente en la ayuda que se le preste.
El entrenamiento en estas actitudes consolidan la autoestima, prolongan la autonomía del paciente y, desde luego, alivian la carga asistencial. Sobre esta base, cuidar y ser cuidado se transforma en una experiencia grata y enriquecedora: -Nos reímos y disfrutamos cuidando y siendo cuidados.
A modo de corolario
La “sabiduría experiencial” que atesora toda biografía que se considere valiosa, arraiga en el humus fértil de la atención y el aprendizaje. A su sombra crecen las virtudes del cuidado que humanizan la “segunda curva” de la vida.
Lluís Segarra Molins
23 de diciembre de 2024
(1) Es recomendable limitar las notificaciones del teléfono o del reloj, reducir el uso de redes sociales, y defender espacios de intimidad personal y familiar silenciando el teléfono.
(2) Asertivos, se define como un comportamiento comunicacional maduro. El que la posee no agrede, sino que manifiesta sus convicciones de forma consciente, congruente, clara, directa y equilibrada. Comunica sus ideas y sentimientos o defiende sus legítimos derechos con moderación, sin imposiciones, sin la intención de herir o perjudicar. Actúa desde un estado interior de serenidad y benevolencia, en lugar de la emocionalidad impulsiva, de la culpa o la rabia. Pero tampoco lo hace desde la frialdad del indolente.