1. Rompe el mito: enfadarse no es malo, es necesario
Nos han enseñado que enfadarse “es de mala gente” o que deberíamos evitarlo a toda costa. Pero no es ni malo ni incorrecto, ya que el problema no es la emoción, sino la forma en que la expresamos. No es lo mismo enfadarse y seguir dialogando, que cabrearse y empezar a hablar sin sentido. Las emociones tienen una función básica: protegernos y darnos información valiosa. En el caso del enfado, su propósito es avisarnos de que algo no está siendo como esperábamos.
Tal vez alguien ha cruzado un límite, nuestros valores no están siendo respetados o las cosas no están saliendo como esperábamos. Sea lo que sea, el enfado está tratando de decirnos algo y normalmente tiene que ver con las expectativas y la realidad, es decir, eso que no teníamos en mente va y sucede: «Algo que esperaba que ocurriera, no está ocurriendo», «Algo que no esperaba que ocurriera, está ocurriendo». Escucha a tu enfado como lo harías con un buen amigo: pregúntale qué necesita y cómo puedes actuar desde la calma.
2. Mide tu enfado: crea tu propia escala emocional
No todos los enfados son iguales, y aprender a diferenciar entre sus distintas intensidades es clave para gestionarlos de manera efectiva. Mi propuesta es usar una escala emocional para identificar si estamos simplemente enfadados, si ya hemos escalado al cabreo, o si hemos conectado con la ira. Esta escala nos permite ser más conscientes de nuestro estado emocional en tiempo real y ajustar la respuesta en relación con lo que estamos sintiendo. Si detectamos que estamos llegando al cabreo, podemos decidir dar marcha atrás antes de que el enfado escale a un nivel que nos lleve a actuar sin pensar.
Tipos de enfado:
Enfado (asertivo): Avanza con prudencia, puedes razonar con claridad, comunicarte de forma asertiva y tomar decisiones con perspectiva. Tienes en cuenta tanto tu opinión como la de los demás. Eres capaz de empatizar con otros puntos de vista y también de ceder, en caso necesario.
Cabreo (marca el punto de no retorno): Reflexiona antes de seguir, la emoción empieza a subir de tono. Aunque aún puedes comunicarte, es más fácil caer en reproches, acusaciones o perder la paciencia. El cabreo actúa como una señal de alarma. Te avisa de que estás avanzando hacia un terreno peligroso.
Ira - Detente (se pierde el control): Tu capacidad para razonar y considerar las consecuencias disminuye drásticamente. Te cuesta comunicarte de forma efectiva y es probable que reacciones desde la agresividad o la impulsividad. Es importante hacer todo lo posible para detenerte, recuperar la calma y evitar empeorar la situación.
3. Mira más allá: ¿Qué se esconde detrás de tu enfado?
El enfado, lo que más necesita es sentirse reconocido, escuchado y comprendido. Y esa comprensión empieza por ti. Cuando no comprendemos nuestro propio enfado, y escalamos a cabreo o ira, perdemos la capacidad para comunicarnos adecuadamente y tener en cuenta las consecuencias. Cuando nos hablamos alzando el tono de voz y pretendiendo tener la razón, exigiendo sin escuchar, no solemos lograr nada más que empeorar la situación. Nos perdemos en un discurso sin sentido y para evitar esto, dedica un momento y reflexiona sobre lo que estás sintiendo. Una herramienta útil para ello es la siguiente fórmula: «Cuando ocurre X, me siento Y y necesito Z»
4. Decide qué hacer con tu enfado
El enfado no siempre exige acción inmediata. Algunas veces nos aporta información sobre uno mismo y sobre la cual necesitamos reflexionar. Para salir de dudas y confirmar si es un tema solo tuyo o si, por el contrario, tienes que compartirlo con alguien más, tómate un momento y plantéate lo siguiente: ¿Es necesario comunicar lo que siento? ¿Puedo resolver esta emoción por mí mismo? Si decides compartirlo con alguien más, asegúrate de que sea un buen momento para esa persona —muchas discusiones se producen por no respetar el estado emocional del otro— y antes de actuar, pregúntate: ¿Estoy calmado? ¿Es este el mejor momento para hablar? ¿Tengo claro lo que quiero decir?". En ocasiones, un pequeño ajuste en nuestra perspectiva puede ser suficiente para gestionar el enfado. Otras veces, compartirlo de forma asertiva será la mejor opción. La clave está en encontrar un equilibrio entre actuar y reflexionar.
5. No te creas todo lo que piensas
El enfado no surge solo de lo que ocurre, sino de cómo lo interpretamos. Si añadimos juicios, suposiciones o valores rígidos, el enfado puede intensificarse. A menudo, se alimenta de pensamientos exagerados: «Siempre me pasa lo mismo», «Nunca me ayudas en nada», «Todo está mal». Estas generalizaciones no solo amplifican el problema, sino que te desconectan de la realidad. ¿De verdad ocurre «siempre» o con «todo el mundo»? La mayoría de las veces, la respuesta es no.
La clave está en bajar al detalle: ¿Qué fue exactamente lo que te molestó? ¿Es cierto que esto ocurre siempre o que lo hacen todas las personas? Cuando te centras en los hechos concretos, descubres que el problema es mucho más gestionable. No es lo mismo sentir que el mundo entero está en tu contra, que enfadarte con una persona en una situación específica.
6. Date otra oportunidad
Si el enfado te ganó en algún momento y no lo gestionaste de la mejor manera, no pasa nada. Lo importante es saber que puedes volver a retomar esa conversación desde un lugar más calmado y constructivo. Gestionar tus emociones no significa hacerlo perfecto, sino aprender algo nuevo cada vez que lo intentes.
Si no tienes la oportunidad de retomar esa conversación, puedes imaginar cómo habría sido desde un estado de calma. Hacer este ejercicio también es válido, ya que nuestra mente registra tanto lo real como lo imaginado. De un modo u otro, estarás entrenándote para disponer de más recursos en un futuro y que tu gestión sea cada vez más adaptativa.
7. Si explotas, tú te conviertes en una amenaza
Algo que no solemos tener en cuenta es que cuando expresamos el enfado desde la ira o el cabreo, los demás pueden percibirnos como una amenaza. De este modo, reaccionarán igual que hicimos nosotros cuando percibimos nuestra amenaza particular (huida, bloqueo, enfrentamiento). Así que es importante considerar que nuestra reacción provocará otra reacción. Por el contrario, si gestionamos la emoción de manera constructiva, fomentamos el diálogo y encontramos soluciones compartidas, evitaremos reacciones amenazantes que dificulten una comunicación abierta.